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Artículo
original publicado en Revista THEOMAI. Estudios sobre Sociedad,
Naturaleza y Desarrollo. Número especial.
2004.
En
el sector rural de la región pampeana Argentina, en
las últimas tres décadas, se han producido importantes cambios
en el uso de la tierra. Los recursos naturales directamente
vinculados con la producción agropecuaria que resultaron
más impactados, fueron los suelos y el agua. Con excepción
de iniciativas aisladas, la gestión de los recursos hídricos
superficiales y subterráneos no fue abordada con criterios
integrados a planes de ordenamiento territoriales. En este
trabajo se destacan los aspectos más relevantes que se relacionan
con el manejo del agua en el sector rural, comprendiendo
aquellos vinculados con cuestiones ambientales, productivas,
sanitarias y de gestión.
Introducción
La
jerarquización de los aspectos tecnológicos, políticos y
sociales en orden a la racionalización y administración
de los recursos naturales, conduce a la preservación y conservación
del medio ambiente y se orienta al desarrollo sustentable
(Perks, 1996; Rijtema et al., 1999).
La
intervención humana en los agroecosistemas, implica la alteración
de algunos o varios de los factores naturales, modificándose
de esta manera la interacción entre ellos, y por lo tanto,
el equilibrio sistémico (Montico y Pouey, 2001). Boyce (1995)
incluye el principio agrosustentable con un enfoque social
y participativo, donde enfatizan que los sistemas antropizados
poseen una nueva dinámica y funcionalidad, regida no sólo
por leyes naturales, sino también por las sociales. Las
acciones reúnen un conjunto de actividades íntimamente ligadas
a la producción agropecuaria, eje y sostén socioeconómicos
regionales (Perera et al., 1996).
La
región pampeana Argentina posee 4,9 millones de has y comprende
al centro-sur de la provincia de Santa Fe, centro-este de
Córdoba, centro norte de Buenos Aires, noreste de La Pampa
y este de Entre Ríos, donde desarrollan sus actividades
aproximadamente 40.000 establecimientos rurales. Esta región
ha experimentado constantes y permanentes cambios, principalmente
en las tres últimas décadas, donde se han producido con
celeridad modificaciones relevantes en aspectos tecnológicos,
sociales, económicos y culturales (Vitta et al., 1999).
Es
conocido que el agua y el suelo son dos recursos naturales,
que por su calidad, condicionan en la actividad agropecuaria,
los rendimientos físicos de los sistemas de producción.
El
primero, posee un comportamiento sumamente dinámico conocido
como ciclo hidrológico, donde diversos procesos ocurren
en forma continua y con grandes desplazamientos de masa.
No obstante ello, solamente el 0.1 % del agua del planeta
se encuentra en los sistemas de agua superficial y atmosférica,
mientras que el 0.006 % del agua dulce está en los ríos.
(Chow et al., 1994). Más, en los países desarrollados, el
empleo del agua subterránea para consumo humano supera apreciablemente
al del agua superficial (ej. 67 % en Alemania, 76 % en Bélgica
y 98 % en Dinamarca).
La
degradación de la calidad del agua y la contaminación de
las aguas superficiales y subterráneas, son los mayores
problemas que enfrenta la gestión de los recursos hídricos
en América Latina (CEPAL, 1999). Actualmente en Brasil,
Colombia, Guatemala, México y Venezuela, se ha incorporado
el enfoque del control de la contaminación desde la perspectiva
de la cuenca hidrográfica, con el objetivo de identificar
y manejar la externalidades en los sistemas hídricos.
Se
considera que el deterioro constante de la calidad de este
recurso es el mayor problema que enfrentan los responsables
de su gestión (AUGM, 1998). Aun no se advierte claridad
respecto de los métodos funcionales que se implementarán
para formular políticas, lograr la coordinación institucional,
solucionar conflictos y planificar y ejecutar proyectos.
Por
ahora, sólo iniciativas aisladas, en su mayoría impelidas
más por las urgencias que por decisiones estratégicas vinculadas
al ordenamiento territorial, ocupan el escenario regional.
Este
trabajo tiene como objetivo destacar los aspectos más relevantes
que se relacionan con el manejo del agua en el sector rural,
comprendiendo aquellos vinculados con cuestiones ambientales,
productivas, sanitarias y de gestión. Principalmente se
propone exponer las problemáticas e implicancias de la administración
del recurso agua en la región pampeana.
El
manejo de las cuencas rurales
En
la región del país identificada como maicera núcleo, salvo
durante algunos años de la década del setenta del siglo
pasado, la cuenca como unidad lógica de planificación, ha
sido desconocida casi permanentemente, en especial por los
organismos involucrados en la gestión territorial.
En
los últimos años, se abordaron algunas propuestas regionales
para la gestión a nivel de cuencas a través de los llamados
comités de cuencas, principalmente desde los sectores provinciales,
que propiciaron acciones orientadas hacia una gestión integrada
de los recursos hídricos (CEPAL, 1999).
Más
allá de la concepción hídrica debe interpretarse a la cuenca
como un campo operacional de interacciones humanas y naturales.
Las posibilidades de ordenamiento de las cuencas se
ven afectadas por obstáculos, que dificultan, e impiden
en casos, alcanzar los objetivos propuestos, y donde los
límites jurisdicionales y de las propiedades, raramente
coinciden con los de la cuenca y generan conflictos entre
los diversos intereses.
Los
intereses políticos (y personales) que son susceptibles
de ser alterados por acciones en la cuenca, establecen modificaciones
en cuanto a los tipos, prioridades y desarrollo en el tiempo
de las tareas necesarias a emprender, así los objetivos
públicos pueden no coincidir siempre con los intereses particulares.
En términos generales, la planificación del uso de la tierra
en las cuencas, es resistida por quienes deben ejecutarla,
por razones económicas, costumbres, disponibilidad de mano
de obra, etc., quizás no sea atractiva para los destinatarios
por tener beneficios (al momento) intangibles.
La
densidad de habitantes (opiniones/decisión) presentes en
una cuenca, conspira contra la unificación de criterios,
cuando se pretende modificar hábitos y tradiciones productivas,
más, la presión de la velocidad de generación de las innovaciones
tecnológicas, tiende a aislar al destinatario, transformándolo
en un referente individual, en desmedro de la conciencia
colectiva, mientras que la disparidad en la capacidad capital
de las empresas rurales ubicadas en la cuenca, es también
un obstáculo para los emprendimientos del conjunto.
Un
enfoque integral de cuencas no significa que todos los problemas
han de ser resueltos al mismo tiempo, sino que se prefiere
un enfoque mediante el cual las acciones individuales son
confrontadas con un marco hidro-económico-social y ambiental,
actuando como un sistema (FAO, 1992). La integración ocurre
en este marco y no necesariamente al nivel de cada acción
individual, siguiendo un enfoque de gestión integrada utilizando
la cuenca hidrográfica como la unidad básica de gestión.
El
enfoque del manejo de cuencas hidrográficas rurales debe
ser similar, aun a diferentes escalas. Esto es, desde tamaños
de pocas hectáreas hasta miles, los criterios de ordenamiento
son válidos, dado que los elementos que la integran solamente
cambian de dimensión, no perturbando su funcionalidad actual
o futura.
Manejar
cuencas rurales, implica la incorporación de la variable
ambiental en el planeamiento regional, significa estudiar
el efecto de las acciones fundamentalmente antrópicas, sobre
las condiciones de vida y de trabajo de los diferentes actores
sociales, sobre el funcionamiento de las empresas rurales
y sobre las problemáticas tecnológicas vinculadas al uso
de los recursos naturales. En este sentido, un plan de ordenamiento
de las cuencas rurales debe apoyarse principalmente en instrumentos
de índole socio-económicos-culturales, agroproductivos,
hidrológicos y viales, todos ellos de actuación horizontal,
imprescindibles para los sectores implicados y que se articulen
en una política ambiental definida por la autoridad gubernamental
local.
Las
posibilidades de implementación del ordenamiento territorial
en las cuencas rurales regionales podrán jerarquizarse a
partir de la creación de estructuras técnica-administrativas
que orienten sobre la definición e instrumentación de las
diferentes acciones.
Agua
para los cultivos
Las
diferentes unidades agroecológicas de la región, poseen
características edafoclimáticas que definen su aptitud para
la producción de materia seca. El monto de las precipitaciones
disminuye de este a oeste, con picos de concentración en
las estaciones de otoño y primavera.
Durante
su crecimiento y desarrollo, las especies cultivadas varían
los requerimientos de agua y establecen una relación directa
con el balance hídrico regional. La cantidad de agua utilizada
por los cultivos está vinculada con el rendimiento, esta
relación se denomina eficiencia en el uso del agua (EUA)
y usualmente se expresa como kg de materia seca por mm de
agua consumida (kg MS.mm-1) (Gardner et al., 1985; Dardanelli
et al., 2002). La EUA es una medida de comparación entre
sistemas productivos y entre prácticas agronómicas. Regionalmente
existe un amplio rango de EUA (Andrade et al., 2000), para
los cultivos estivales más comunes, en el caso de soja y
maíz, por ejemplo, los valores medios podrían ser 9.3 kg
MSGrano.mm-1 y 18.2 kg MSGrano.mm-1, respectivamente.
El
deterioro de los suelos y la deficiente captación y retención
del agua que escurre en los paisajes ondulados conspiran
contra la EUA de cultivos y pasturas, generándose escenarios
de sequías temporarias que limitan el potencial productivo,
más cuando se producen en períodos fisiológicos críticos.
Este estrés hídrico conduce a diferentes niveles de disminución
de rendimiento de acuerdo a la intensidad y al momento de
ocurrencia. La pérdida de 100 mm de precipitación en un
ciclo estival (lluvia efectiva: 80 %), equivale a alrededor
de 9 q y 18 q de soja y maíz respectivamente, importante
perjuicio económico para una empresa rural.
La
resistencia a las condiciones de estrés resulta diferente
para los distintos cultivos, así, a través de mecanismos
relacionados con la profundización de las raíces, el ajuste
osmótico y el control de la transpiración, aquellos amortiguan
los efectos de déficit hídrico (Andrade y Sadras, 2000),
a pesar de que las plantas presentan menos resistencia a
perder agua que el suelo. Existen medidas agronómicas mitigadoras
y de escape a condiciones de humedad restrictivas para la
obtención de materia seca: selección de cultivares y fecha
de siembra, densidad de plantas, sistemas de labranza, esquemas
rotacionales y manejo de los residuos de cosecha (Dardanelli,
1998). Conviene destacar que el eficiente manejo agronómico
del agua debe integrarse a un ordenamiento hidrológico y
hidráulico que optimice la evacuación de excedentes y la
economía hídrica edáfica.
Riego
Desde
inicios de la década del noventa comienza a difundirse en
la región pampeana, especialmente en la zona norte de la
provincia de Buenos Aires y centro sur de la provincia de
Santa Fe la práctica del riego complementario en cultivos
extensivos.
Los
argumentos de difusión de esta tecnología se basaron en
el aumento y estabilidad de los rendimientos físicos, la
disminución del riesgo, los precios ventajosos de los commodities,
la intensificación del manejo, y las posibilidades de amortización
del equipamiento en cortos períodos de tiempo (SAGPyA,
1995).
Después
de más de diez años, la cantidad de establecimientos que
incorporó esta tecnología fue cada vez menor. Razones vinculadas
a la incertidumbre de financiamiento por parte de las entidades
crediticias, a los montos variables de inversión de capital
y del costo de producción por unidad física producida, debido
principalmente a los cambios de precios de insumos y granos,
aceleraron esta tendencia. Durante el período de expansión
del riego (1990-1996), fundamentalmente a expensas del sistema
por aspersión, la presión comercial fue muy intensa y muchas
operaciones comerciales se realizaron invirtiendo la lógica
de gestión, primero se adquiría el equipamiento para posteriormente,
determinar la calidad y cantidad del agua disponible para
operarlo. Así se reconocieron muchos fracasos, y relativamente
pocos éxitos, cuando después de realizarse la costosa inversión
se advertía la imposibilidad de disponer de una provisión
confiable de agua para aplicar la práctica.
La
fuente de agua utilizada en estos emprendimientos fue y
es, mayoritariamente subterránea, existiendo dudas sobre
la factibilidad de explotación de los acuíferos regionales,
su distribución geográfica y las condiciones de servicios
posibles, debido a la escasa información disponible, principalmente
en el último atributo.
Las
formaciones subterráneas más importantes corresponden al
Puelchense y al Pampeano. Respecto a la primera, es un acuífero
semiconfinado de profundidades variables de alrededor de
30 m a 50 m, un espesor medio 30 m, y caudales de explotación
de hasta 100 m3.h-1. La segunda, son acuíferos multicapa,
de libre a semiconfinados, cuyas profundidades de explotación
varían entre 50 m y 100 m, y los rendimientos son muy heterogéneos,
así como la calidad del agua.
En
pleno período de difusión del riego y ante la presunción
de que la transferencia de esta tecnología se realizaba
a un ritmo mayor a la de las capacidades del sector para
administrarla, la cátedra de Manejo de Tierras de la UNR
(Montico y Di Leo, 1996), implementó un "Relevamiento de
intención de riego en el sur de la provincia de Santa Fe",
con el objetivo de evaluar expectativas y conocimientos
de los productores rurales sobre la práctica de riego. El
campo muestral comprendió ocho (8) departamentos del sur
de la provincia y a través de la técnica de encuestamiento
personalizado, se entrevistaron ciento trece (113) productores
agropecuarios, comprendiendo una superficie de 27.719 hectáreas.
Respecto a las respuestas más relevantes, el 80,5 % creía
que existía calidad de agua para regar, a pesar de que el
79,6 % no había realizado análisis químico alguno, y el
77 % de los productores estimó que no estaba bien informado
sobre la técnica, ni en sus posibilidades, ni en sus perjuicios.
Así, en este marco contradictorio e incierto, creció la
superficie regada, lejos de optimizarse el prioritario
manejo del agua provista por las precipitaciones.
Actualmente,
la expectativa de la incorporación del riego a los sistemas
de producción extensivos está desalentada por la grave descapitalización
de las empresas rurales, los aun no tentadores márgenes
entre costo y beneficio, el presunto período húmedo por
el que atraviesa la región (Magrin et al., 1998), y por
que no, por las insistentes alertas que surgen de experiencias
no satisfactorias.
No
obstante lo antedicho, el resurgimiento de esta práctica
no debe descartarse en el mediano plazo, más si se revierten
algunos indicadores económicos y se cumplen los pronósticos
de una tendencia a la disminución del monto de las precipitaciones
en la región.
De
cumplirse esta posibilidad, se agregará un ingrediente que
ya logró esbozarse en algunas zonas en pleno período de
expansión del riego, la virtual competencia por sobreexplotación
de acuíferos entre el riego extensivo y el abastecimiento
de agua potable para las poblaciones cercanas.
Inundaciones
Las
llanuras son un escenario de suma fragilidad ante eventos
hidrológicos extremos, de déficit o excedentes hídricos.
En este último caso, la incapacidad del relieve de evacuar
volúmenes importantes de agua, junto a otros factores, conduce
a la ocurrencia de vastos y persistentes anegamientos. Los
sistemas hidrológicos son especialmente sensibles a los
cambios artificiales, el efecto que provoca una obra de
arte como rutas, vías de ferrocarril o hasta los surcos
de arado, son de gran magnitud e impactan trascendentemente
en las cuencas (Zimmermann, 1990). Como consecuencia de
la baja pendiente de las áreas llanas (del orden de 50 cm.km-1,
o menos) un desnivel de un metro significa una barrera infranqueable
desde el punto de vista hidrológico, que altera el escurrimiento
natural de las aguas, acumulándolas.
En
Argentina, el sector más representativo de estas características
es la llanura pampeana. Desde inicios de 1970, han entrado
en crisis sistemas exorreicos (cuenca del Río Salado), endorreicos
(cuenca de las lagunas encadenas del oeste) y arreicos (región
del noroeste bonaerense, nordeste pampeano y sur santafesino),
concurrente con un cambio del régimen semiárido en algunas
de ellas a subhúmedo-húmedo.
Los
cambios en el uso del territorio han contribuido a la manifestación
de los procesos de anegamiento. Como ejemplo, es posible
destacar el caso de la cuenca del arroyo Ludueña (Santa
Fe), las tecnologías de uso del suelo implementadas, la
intensa agriculturización, la creciente parcelación
y el consiguiente aumento de la densidad de caminos secundarios
y rurales, aceleraron el escurrimiento superficial provocando
rápidos picos de caudales. Entre 1969 y 1990, se registraron
disminuciones del tiempo de concentración (rapidez con que
llegan los aportes de agua ubicados en las partes
más alejadas de la cuenca) cercanos al 15% (Zimmermann et
al., 2001).
Las
inundaciones generan alteraciones ambientales de difícil
reversión, localidades anegadas con alta tasa de evacuados
y grandes extensiones rurales inutilizadas, producen entre
otros, daños en la infraestructura, interrupción de las
vías de comunicación, canalizaciones anárquicas y problemas
sanitarios.
Los
trasvases de agua desde zonas con actividades agrícolas,
a humedales o a ríos y arroyos, pueden producir problemas
de contaminación por fertilizantes u otros agroquímicos,
pueden afectar la estructura y funcionamiento de los sistemas
naturales superando los límites de asimilación de nutrientes
y contaminantes, y producir la eutrofización de los cuerpos
de agua. En áreas con tendencia a la salinización, tanto
los trasvasamiento de aguas con elevada salinidad como la
disminución en la recurrencia de las inundaciones por obras
hidráulicas, pueden producir rápidos procesos de salinización
secundaria y disturbar ambientes naturales (Gabellome et
al., 2001).
Cuando
las ocupaciones poblacionales se asientan sobre las llanuras
aluviales de los ríos y arroyos, las planicies marginales
de lagos y lagunas y los bajos, son espacios de riesgo hídrico.
Tal los casos, por ejemplo, de los planos aluviales del
conurbano bonaerense y los sectores periféricos de Junín,
Roque Pérez y General Belgrano en la provincia de Buenos
Aires. La colmatación de sectores bajos con capacidad de
almacenaje disminuida, es corresponsable de anegamientos
en áreas naturalmente arreicas, entre muchas localidades
puede citarse en la misma provincia a Carlos Tejedor, Henderson,
El Triunfo y San Gregorio.
En
el sur de la provincia de Santa Fe, quizás el caso más paradigmático
sea el de La Picasa, donde la conjunción de fenómenos naturales
(geomorfológicos y climáticos), más las antrópicos (canalizaciones
clandestinas y degradación de los suelos) resultan en una
problemática regional de gravísimos impactos ambientales.
Un aumento de la superficie anegada desde 6.000 ha a 130.000
ha en menos de 5 años, ha transformado a la región en un
territorio altamente inestable y de impredecible futuro.
Aun
cuando Florentino Ameghino lo advirtiera claramente en 1884,
muchas obras de infraestructura fueron construidas y se
siguen construyendo, sin tener en cuenta el riesgo en su
diseño, típico caso de las rutas y de los caminos vecinales,
redes pluviales o cloacales y hasta obras protectivas de
contención.
En
el sector rural el evento infringe severos perjuicios. En
la actividad ganadera, disminución del porcentaje de preñez,
menor producción de terneros y de carne, menor ganancia
de peso, aumento de enfermedades parasitarias e infecciosas,
menor superficie implantada con verdeos y pasturas, y mayor
descapitalización en vientres.
En
la actividad agrícola: menor superficie agrícola y producción,
mayores gastos productivos, y de comercialización, menor
calidad del producto cosechado, y en los suelos, degradación
química, física y biológica, aumento de la salinización
y de los riesgos de sodificación.
Entre
otros aspectos igualmente serios, degradación de instalaciones
y mejoras, pérdida de vida útil de maquinaria e implementos,
incremento de costos de mantenimiento y reparación de maquinarias
e instalaciones, aumento de los costos de transporte de
granos y carne, degradación de la red eléctrica rural, aumento
de la desocupación rural y urbano, e incremento del éxodo
rural (Ventimiglia et al., 2001).
Desde
hace años, en los países desarrollados, se aborda la planificación
del desarrollo en regiones amenazadas potencialmente por
crecidas e inundaciones a través de cartas de riesgos hídricos
(Hernández, 2001). Este recurso herramental, además de servir
de base para legislar sobre la ocupación del espacio físico,
es sumamente importante para generar sistemas de alerta
urbano o rural, orientar la valuación fiscal, prevenir a
la defensa civil, dimensionar el riesgo asegurable, valuar
las emergencias agropecuarias, proteger al Estado ante reclamos
especulativos, ordenar las acciones ante emergencias, planificar
las obras civiles y fundamentalmente, aportar al Ordenamiento
Territorial.
Desde
la planificación y gestión de los recursos hídricos la conceptualización
del riesgo, en términos de la teoría social del mismo, permite
incorporar cuatro dimensiones: peligrosidad, vulnerabilidad,
exposición e incertidumbre (Natenzon, 1995).
Andrade
(2001) considera que generalmente, el problema de las inundaciones
se ha considerado de manera fragmentaria, dando un tratamiento
desigual a cada una de estas dimensiones, componentes del
riesgo.
La
incorporación a la evaluación de las inundaciones, de abordajes
integrados, y el apoyo de herramientas pronóstico y de alarma
como la modelación matemática, permite cuantificar los cambios
inducidos por acciones del hombre, sus efectos y la posible
modificación de la calidad ambiental.
Erosión
hídrica
La
erosión hídrica es una de las formas de deterioro del ambiente
rural surgida de la interacción que ocurre en los sistemas
de producción, entre la tecnología aplicada por el hombre
para producir y el recurso suelo (Denoia, 1999).
Como
proceso natural, no representa un grave perjuicio para el
sector, pero inducido por las actividades antrópicas, perturba
de manera extrema la evolución de los agentes formadores
y funcionales de los suelos. Los sectores con pendientes
mayores al 0.8 %, carentes de cobertura natural y que reciben
importantes aportes de agua excedente de campos vecinos,
predisponen la manifestación del proceso erosivo.
Su
asociación histórica con el modelo de producción de granos
y oleaginosas, condujo al deterioro del 16 % de la superficie
total en las provincias de Córdoba y Buenos Aires y del
6 % en la de Santa Fe (SAGPyA, 1995).
El
transporte del material desprendido, genera aguas abajo,
perjuicios relacionados con la obturación total o parcial
de las alcantarillas, la colmatación de los canales y cunetas,
y la obstrucción de vías de agua mayores, hasta producir
inconvenientes de navegabilidad en los cursos de gran envergadura
como el río Paraná. Esta condición regional fue advertida
décadas atrás por Kugler (1984), cuando insistía en la intensificación
de los procesos aluviales de las grandes cuencas y su consecuencia
sobre la vida útil de las obras de arte.
La
erosión hídrica produce cambios en las propiedades edáficas.
Los suelos erosionados poseen una tendencia a la compactación
y a la pérdida de capacidad de infiltración, condiciones
que impactan negativamente sobre la capacidad almacenaje
de agua de los mismos. Tanto la pérdida de partículas de
suelo, como de agua por escurrimiento, afectan la aptitud
productiva y conspiran contra la estabilidad y autonomía
de los sistemas de producción.
Actualmente
las tecnologías de manejo de suelos que privilegian su cobertura
con residuos de cosecha, más el diseño y ejecución de prácticas
de sistematización en los sectores más críticos, posibilitan
el control de los excedentes en las cuencas. De esta manera
además de evitar la degradación de los suelos, realizan
un importante aporte al control de la hidrología regional
(Montico y Di Leo, 2000). Los eventos catástrofes producidos
por las inundaciones en sectores rurales y urbanos regionales
en tiempos recientes, podrían haberse morijerados por la
sistematización programada de las áreas afectadas por erosión
hídrica.
Contaminación
-Barros
Cloacales
La
insuficiente cantidad de plantas de tratamiento de efluentes
cloacales en el territorio rural y la consecuente descarga
directa de aguas servidas, principalmente de origen doméstico,
representa un factor contaminante de muy alto impacto ambiental.
Más, cuando algunos vertidos se realizan en los cursos de
agua, sin tratamiento alguno.
En
los casos donde los efluentes son tratados, la búsqueda
de un destino para los lodos cloacales (biosólidos) significa
hoy un importante desafío ecológico (Clapp et al., 1994;
Torri y Lavado, 2001). El agregado de biosólidos al suelo
como enmienda orgánica tiene efectos sobre procesos físicos,
químicos y biológicos y originan cambios significativos
en las relaciones suelo-planta-agua. Los cambios físicos
incluyen aumentos en el contenido de materia orgánica, mejora
de la agregación, la capacidad de retención hídrica y la
infiltración del agua. Por estas razones, los biosólidos
han sido utilizados en muchas áreas para la recuperación
y revegetación de suelos disturbados y para el mejoramiento
de suelos marginales, restaurando la productividad y calidad
de los mismos (Oberle y Keeney, 1994). La USEPA (1993) lo
reconoce como un sustituto parcial de los fertilizantes
y como un corrector de las propiedades físicas ambientalmente
aceptable, no obstante para muchos investigadores los estándares
de aplicación aun no resultan satisfactorios (Mazzarino,
1998).
La
acumulación de elementos traza en los suelos y la potencial
trasmisión de patógenos, podría significar un riesgo ambiental
importante si no se observan cuestiones ligadas a su tratamiento
previo.
Los
metales pesados presentes, provienen mayormente de la corrosión
en cañerías conductoras de agua potable, techos metálicos
y de vertidos no permitido de efluentes industriales. Algunos
son micronutrientes (cobre y cinc) (Lavado y Rodriguez 1999)
y otros (cadmio, principalmente) significan una amenaza
para el medio ambiente y la salud, toda vez que se acumulen
en el suelo o migren al agua (Dudka et al., 1996).
Las
normas nacionales, relativas al contenido de metales pesados
en el biosólido, no están aún definidas, la legislación
vigente hasta el presente no contempla máximos para uso
agrícola, habiéndose sólo establecido los máximos para barros
cuyo destino son los rellenos sanitarios, a nivel nacional
Ley Nº 24.051 y Ley Nº 11.717 en la provincia de Santa Fe
(Lavado y Taboada, 2000).
-Arsénico
El
arsénico se encuentra naturalmente en el medio ambiente,
puede estar en forma tri y pentavalente, ya sea en compuestos
orgánicos e inorgánicos. El de mayor actividad tóxica es
el As III. El agua de los acuíferos suele presentar
concentraciones medias de arsénico cercanas a 1 mg.l-1.
Las
características hidráulicas de las aguas subterráneas representada
por una lenta velocidad de escurrimiento (que aumenta el
tiempo de contacto con los sedimentos geológicos), la composición
mineralógico-químico de este sedimento y su vulnerabilidad
a los procesos de meteorización, disolución y facilidad
para ceder oligoelementos al agua subterránea, son las causas
del enriquecimiento de los acuíferos.
El
consumo humano de agua con altos contenidos de arsénico
y otros oligoelementos provoca una enfermedad conocida como
HACREA (Hidroarsenisismo Crónico Regional Endémico Argentino)
que provoca manifestaciones cancerígenas.
Desde
1913 se han reportado manifestaciones patológicas de esta
enfermedad. El Dr Nicolli y colaboradores (1989), advierten
sobre la presencia de algunos contaminantes asociados
con el arsénico (flúor, vanadio y uranio) y otros de comportamiento
geoquímico algo diferente (selenio y antimonio).
Entre
los efectos tóxicos por consumo o de agua con altos contenidos
de arsénico puede mencionarse algunos: híperpigmentacion,
hiperqueratosis, gangrena y cáncer de piel, cirrosis, problemas
de reabsorción renal, parálisis, pérdida de la audición,
inhibición de algunas de enzimas y daños al intestino.
En
la provincia de Santa Fe, otras investigaciones llevadas
a cabo por Nicolli sobre las aguas subterráneas en la cuenca
del río Carcarañá, revelan una concentración media de arsénico
de 201 mg.l-1 y valores máximos que superan los 720 mg.l-1.
Una cuestión importante a considerar es la existencia de
períodos de toxificación y detoxificación del arsénico en
las poblaciones que consumen aguas arsenicales, debido a
la variación anual de la concentración de este
elemento.
La
Ley Provincial Nº 11.220 de 1995, obliga a los servicios
de agua potable a suministrar agua de bebida con concentraciones
de arsénico de 50 mg.l-1 (Límite Recomendado) o menos, valor
guía recomendado por la Organización Mundial de la Salud
(OMS) en 1985 (Vazquez et al., 1998).
En
los sistemas productivos, más allá de los transtornos operativos
que ocasiona la utilización de aguas de mala calidad, la
ganadería resulta la más perjudicada. El agua provee a los
animales una importante cantidad de elementos, como sodio,
calcio, magnesio y azufre, que incorpora a sus funciones
metabólicas. Las aguas arsenicales y muy ricas en otras
sales, alteran el paladar bovino disminuyendo su consumo
y, en sistemas de cría y tambos, modifica la calidad y la
cantidad de leche obtenida.
-Fertilizantes
La
utilización de fertilizantes, principalmente de síntesis,
representan un potencial riesgo de contaminación de acuíferos
subterráneos cuando su aplicación se realiza en ausencia
de las consideraciones agronómicas que contemplan el balance
de nutrientes entre el consumo de los cultivos y el aportado
por los suelos (Reynoso et al., 2004).
Los
nutrientes constituyen parte de los recursos del ambiente,
los que conjuntamente con el manejo de las características
de los genotipos, el conocimiento de la dinámica de las
variables climáticas, las labranzas y otras prácticas tecnológicas,
generan incrementos en los rendimientos físicos de los cultivos.
Los
nutrientes que mayoritariamente se aportan al suelo a través
de la fertilización son el nitrógeno y el fósforo. Los compuestos
orgánicos de nitrógeno no son muy móviles en el suelo, razón
por la que sólo sus productos de degradación son potenciales
contaminantes de los acuíferos.
Los
nitratos que migran hacia los sistemas subterráneos dependen
(además de los factores climáticos) de la frecuencia de
aplicación y del tipo de fertilizante utilizado, de la cantidad
total de fertilizante incorporado, del nitrógeno orgánico
e inorgánico presente en el suelo, y de las prácticas tecnológicas
implementadas (Costa et al., 2000; Rimski-Korsakov et al.,
2000).
Los
compuestos de fósforo se presentan en forma orgánica e inorgánica
y la mayoría de ellos se mantienen estables en el tiempo.
Las forma inorgánicas del fósforo son fijadas en un proceso
por el cual los compuestos solubles cambian a formas menos
solubles por reacciones con compuestos orgánicos e inorgánicos
del suelo. Estos compuestos tienen una movilidad limitada
y pocas probabilidades de abandonar el suelo hacia las napas.
Respecto
al primero, se conoce que la agricultura participa en forma
significativa en la contaminación nítrica (Hénin, 1990;
Adiscott, 1995; Knisel et al., 1995).
Si
bien el uso de fertilizantes nitrogenados ha aumentado considerablemente
en los últimos cinco años, Andriulo (1995) sostiene que
la fertilización no es la principal fuente en la contaminación
de los acuíferos. Debido a que solamente en estos últimos
años se ha intensificado el uso de nitrógeno fertilizante,
el mayor aporte de este nutriente podría provenir del lavado
de nitratos originados en la mineralización de la materia
orgánica del suelo y no aprovechados por el sistema radicular
de las plantas.
El
agua para el consumo humano o para riego (ver Riego) se
extrae de la formación Puelches y los sedimentos de las
formaciones pampeana y postpampeana, que poseen una recarga
autóctona (Santa Cruz, 1988). Sus límites, superior e inferior,
no son impermeables, por lo que los nitratos exportados
del suelo a través del lavado ingresan a estos acuíferos
(Costa et al., 2000; Rimski-Korsakov et al., 2000).
Lavado
y colaboradores (1999) sugieren una relación importante
entre prácticas de manejo de los suelos como las labranzas
y la concentración en el suelo de algunos elementos químicos
por fertilización, siendo probable que ello represente un
riesgo potencial para la calidad del agua subterránea. En
sistemas intensivos las elevadas dosis de fertilizantes
empleadas anualmente constituyen un importante riesgo hídrico
ambiental. Hure y colaboradores (1998), en la zona hortícola
cercana a la ciudad de Rosario (Santa Fe), hallaron que
en el 60 % de los 25 establecimientos testeados, el agua
de consumo presentaba concentraciones de NO3- mayores a
45 mg.l-1 y en el 8 %, concentraciones de NO2- mayores a
0,1 mg.l-1, ambos, límites de riesgo de salud para la OMS.
Asimismo Sardi y colaboradores (1997), en producciones animales
intensivas del norte y sur del Gran Buenos Aires hallaron
que alrededor del 42 % de 57 muestras superaban el límite
de NO3-.
-
Plaguicidas
Los
contaminantes no permanecen estáticos en el punto de emisión,
están sujetos a un devenir espacio-temporal que incluye
una serie muy compleja de causalidades, que tienen como
consecuencia, que sus efectos se manifiesten a gran distancia
y tardíamente, en sujetos habitualmente distintos a los
causantes de la misma (Eguiazu, 1989; Arnold y Briggs, 1993).
La variable espacial por el momento, no es controlable,
y sustancias de riesgo ambiental pueden ser exportadas,
transportadas o producidas en forma libre (Mills y Thruman,
1994; Raskovsky y Laurenzano, 1994; Shuval y Gruener, 1997).
La
irrupción del hombre en el orden natural, sustentada en
la búsqueda de la máxima producción física en el ámbito
rural, condujo a la necesidad creciente de ampliar la oferta
de productos químicos por parte de los laboratorios de desarrollo
de agroquímicos (Rodrigues, 1997; Pimentel, 1998).
Estos
productos, considerados genéricamente como agrotóxicos,
poseen una movilidad y persistencia controlada por sus características
y las del ambiente donde actúan, siendo en su mayoría contaminantes
difusos.
Los
plaguicidas deben ser suficientemente móviles como para
alcanzar su objetivo y suficientemente persistentes como
para eliminar el organismo específicamente atacado. Estas
dos cualidades no son deseables desde un punto de vista
ambiental. El desplazamiento de los plaguicidas hacia el
acuífero es un fenómeno complejo donde actúan principalmente
los procesos de sorción, degradación y volatilización.
La
mayoría de los plaguicidas químicos son sustancias de bajo
peso molecular y poco solubles en agua (como los organoclorados).
La solubilidad (especialmente de fosforados y carbamatos)
es la propiedad que más condiciona su transporte hacia estratos
inferiores, pero existen otros factores que determinan la
movilidad y persistencia de los plaguicidas y que influyen
sobre los mecanismos de absorción y degradación.
Los
minerales arcillosos y la materia orgánica del suelo junto
con la actividad biológica pueden retenerlo parcialmente
y amortiguar la contaminación de las aguas subterráneas.
La
capacidad asimilativa del suelo está determinada por los
procesos bióticos y abióticos que conducen a la transformación
del plaguicida en metabolitos no tóxicos. Sin embargo, el
herbicida atrazina, perteneciente el grupo químico de las
triazinas, y utilizado ampliamente por su acción como pre
y postemergente para el control de malezas, especialmente
en el cultivo de maíz, posee metabolitos de degradación
más tóxicos que el producto de origen (Bowmer, 1991; Mills
y Thruman, 1994). El glifosato, principio activo del herbicida
de mayor uso en la región pampeana, también es un agroquímico
con evidencias de que su formulación (principalmente por
su surfactante) produce impactos negativos en el ambiente
(WHO, 1994; Hung et al, 1997; NCAP, 1998).
Si
bien, no existen evidencias concluyentes en la región pampeana
de contaminación de acuíferos por plaguicidas, trabajos
de investigación (Andriulo et al., 2002a, 2002b; Lenardon
et al., 2002) indican que la temática debe abordarse de
manera activa y amplia, debido a que genera un marco de
incertidumbre, fundamentalmente ante el desconocimiento
del riesgo potencial que implica.
Comentarios
En
las últimas tres décadas en la región pampeana Argentina
se sucedieron diferentes modelos de uso de la tierra que
se basaron en la intensificación productiva, postergando
la preservación y conservación de los recursos naturales
(Montico y Pouey, 2001). Prueba de ello, es que el agua
no representó, ni aun representa para la función pública,
con excepción de acciones aisladas, un motivo de verdadera
atención, y los actores privados ignoran o subestiman la
problemática y las externalidades que derivan de su uso
y administración.
Comienzan
a evidenciarse señales del deterioro de la calidad del agua
por acción u omisión, situación que obliga a reflexionar
sobre la celeridad con que debe darse la intervención por
parte de los decisores, desde la armonización de la tecnología
con el ambiente hasta la articulación de la apropiación
del territorio con las necesidades sociales. Es imprescindible
actuar de manera sistemática en base a la formulación de
propuestas activas.
El
aprovechamiento y gestión del agua debe basarse en un planeamiento
que implique la participación de los usuarios, los planificadores
y los responsables de las decisiones a todos los niveles.
Coincidiendo
con Fernández Jauregui (2001), la gestión de los recursos
hídricos en la región pampeana debe abordarse desde un enfoque
multidimensional y multiobjetivo, reconociendo al agua como
bien económico indispensable para el crecimiento y el desarrollo.
Las
bases del cambio del compromiso con el aprovechamiento,
ordenación y uso de los recursos de agua dulce, deben contemplar
la definición de las cuencas hidrográficas como unidad de
desarrollo en lugar de las divisiones políticas, el reconocimiento
de la relación entre aguas superficiales y subterráneas,
la interacción entre los sectores rurales y los urbanos,
y la aplicación de los principios de la sustentabilidad.
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