Servicios
ambientales
El
término ecosistema es muy conocido, pero quizás no lo sean
los servicios que éstos generan y que contribuyen a sostener
la vida sobre el planeta, denominados servicios ambientales.
Costanza et al. (1977) han establecido 17 categorías de
servicios, algunas de las cuales son: la regulación del
gas atmosférico, la regulación del clima, del agua, la formación
del suelo, la retención y control de los sedimentos, y el
ciclo de los nutrientes, entre los más conocidos. También
existen muchos otros, menos difundidos, como la polinización,
el control biológico, los refugios de especies, la materia
prima, los recursos genéticos, el tratamiento de la basura,
la recreación y los servicios culturales. Cada uno de los
mismos puede proveer más de una función. La regulación del
agua, por ejemplo, es un servicio del que se desprenden
las siguientes funciones, entre otras: provisión de agua
para uso agrícola (para irrigación) o para uso industrial
(molienda) o bien en procesos de transporte.
Los servicios
ambientales consisten en flujos de materiales, energía e
información desde el stock de capital natural combinado con el
capital industrial y el capital humano para producir
bienestar. El stock de capital global toma diferentes formas,
la mayoría identificables en formas físicas, incluyendo
capital natural (árboles, atmósfera, minerales, etc.), capital
industrial (máquinas y edificios) y capital humano (cuerpos
físicos) (Costanza, et al. 1997).
El capital
natural es el acervo y calidad de los suelos, vegetación y
aguas combinados, y que finalmente determinarán la calidad del
ecosistema en términos ecológicos, a través de indicadores de
diversidad, estabilidad o resiliencia (Cárdenas, J. C).
Durante muchos
años se han estudiado los recursos naturales que se conocen
como críticos tales como el suelo, el agua, o los genes, sin
embargo es muy reciente la incorporación a esos estudios de
indicadores que facilitan evaluar la calidad del ambiente
rural a distintas escalas, con el propósito de desarrollar
estrategias ordenadoras y tácticas de rehabilitación que
permitan dar recomendaciones a usuarios que intervienen a
diferentes niveles operativos (Viglizzo, et al. 2002). La
incorporación de indicadores que permiten interpretar,
describir y cuantificar cambios en el ambiente, como por
ejemplo el grado de contaminación o erosión de los suelos, es
una herramienta importante que posibilitará valorar con mayor
precisión, considerando todas las dimensiones que intervienen,
los diferentes servicios de los ecosistemas.
Es
poco probable lograr el bienestar humano sin poner en consideración
al capital natural dado que los otros capitales requieren
de él para su construcción. Los servicios ambientales contribuyen
al bienestar humano pero no están completamente comprendidos
dentro de los mercados ni adecuadamente cuantificados en
términos comparables con los servicios económicos y con
el capital industrial. Por el momento tienen escaso peso
en decisiones políticas (Costanza, et. al., 1998). A menudo
la importancia de los servicios del ecosistema es apreciada
sólo después de que ellos se pierden (Daily, et. al., 2000).
El
valor, los valores. Qué y cómo valorar
En
los últimos 30 años, la valoración de los servicios ambientales
ha llegado a ser una de las áreas más significativas y de
rápido desarrollo de investigación en economía biológica
y ambiental. El desafío de valorar económicamente los servicios
de los ecosistemas es complejo y multidimensional. Para
esto hay que valorar sus funciones. Sin embargo, la suma
de estas no es igual al valor económico total, dada la magnitud
de su importancia. Por lo tanto, surge la necesidad de marcar
límites en el uso dado, ya que hay ecosistemas no evaluables.
Los procesos de deterioro ambiental, en un sentido amplio,
sólo son computados en la medida que entran en la esfera
del valor (Tsa Koumagkos, P. 1991), es decir, cuando están
incluidos en los procesos de producción.
Valor es un
concepto acuñado por la economía cuya acepción fue ampliada y
enriquecida por nuevos aportes de diferentes ciencias. ¿Cómo
abarcar este concepto? Naredo (1986) plantea que la
contabilización de los recursos naturales introduce una
asimetría entre lo apropiable y lo valorable, rompiendo con el
carácter equilibrado propio de la versión usual de sistema
económico. Estas y otras expresiones plantean una necesidad de
reestructurar el objeto de estudio de la ciencia económica
Habitualmente,
en la acepción vulgar, se encuentran diferentes expresiones
asociadas al término valor. La mayoría están vinculadas al
mercado y al precio ("las cosas tienen un escaso o alto
valor"); a lo importante o lo superfluo ("no dar valor a una
expresión"); a lo ético, a lo social ("los valores imperantes
en una sociedad").
Dentro de este
vocablo confluyen varias connotaciones. Seguramente un
indicador económico tradicional fracasaría frente a una
postura diferente respecto a la concepción de valor.
La sociedad
puede considerar a la naturaleza ó a algunos de sus atributos
como socio-culturalmente, históricamente o simbólicamente
valuables; y para algunas personas tales valores no son
significativamente expresados en términos monetarios. La
naturaleza provee un flujo de bienes y servicios, físicos
además de estéticos, intrínsecos y morales. Cuando otros
medios de provisión de estos bienes o servicios son
aceptables, o compensan sus pérdidas, estos medios pueden ser
usados para valorar las pérdidas de servicios de la
naturaleza. Como el mercado y las economías monetizadas son
generalizadas, el uso de monedas como criterio de la medición
de los beneficios provistos por la naturaleza, establece una
relación transparente con otros usos de sus ventajas o
atributos. Limitaciones en el conocimiento humano pueden
restringir la valuación monetaria (particularmente la
estimación del no-uso). Por ejemplo, cuando las funciones de
regulación del gas de la atmósfera son severamente degradadas
al punto tal que la vida humana corre riesgo, es improbable
pensar en sustituir aquellas funciones y mucho menos ponerle
un valor monetario. El valor de las funciones culturales en
algunas sociedades, tales como el valor espiritual que toman
ciertas especies, puede ser determinado sobre un plano moral
completamente diferente, dentro del cual no es aceptable
sustituir o medir monetariamente, ya que prevalecen otras
normas sociales. Hay casos en que la valoración del servicio
de la naturaleza puede ser juzgada inapropiadamente. El
contexto apropiado para la valoración económica está
condicionado, entre otras cosas, por la escala de los cambios
ambientales. La valuación monetaria es posible y adquiere
significancia, cuando consideramos cambios pequeños en las
condiciones naturales. Por ejemplo, la determinación del valor
biogeofísico de los bosques a escala local es más "visible"que
el intento de determinar el valor global de todo el bosque. La
pérdida o degradación del bosque a una escala local o regional
es imaginable y la consecuente pérdida del servicio puede no
ser una alteración dramática en el ecosistema como sitio de
supervivencia humana en riesgo (aunque la pérdida cultural y
espiritual puede destruir una cultura). En contraste, la
pérdida de todo el bosque en una escala global debería tener
como resultante profundas consecuencias sobre la supervivencia
humana "más allá del valor marginal" (Turner, et. al. 2003).
En el plano del
conocimiento, planificar la posibilidad del pago de servicios
ambientales implica una mayor integración entre la economía,
la ecología y la escala utilizada.
La
gobernabilidad ambiental es un concepto que surge a partir de
la necesidad mundial de administrar ordenadamente los recursos
naturales y los ambientales del planeta; la globalización de
esta idea se basa en que ningún país tiene derecho absoluto e
irrestricto sobre sus propios recursos ambientales. Así, los
problemas del ambiente global están tele-conectados, o sea que
un fenómeno que ocurre a escala local puede impactar sobre
procesos que ocurren a escalas geográficas mayores (Viglizzo,
2003). A pesar de la teoría de la gobernabilidad, se constata
la apropiación por parte de empresas y particulares de bienes
y servicios naturales. Por ejemplo: agua potable, explotación
de combustibles fósiles y sus derivados, manipulación de la
diversidad biológica con implicancia sobre especies
medicinales, bancos de germoplasma, etc., en manos de empresas
privadas con libertad de acción frente a Estados débiles,
incapaces de generar controles y supervisiones eficaces.
La oferta de
los servicios ambientales comienza a ser reconocida por la
comunidad internacional. Sumado a ello la noción de servicio
ambiental y la necesidad de asignarle un valor económico
tiende a imponerse, pero su determinación es aún motivo de
intenso debate (Viglizzo, comunicación personal).
Los procesos de
deterioro ambiental pueden presentarse en cualquier etapa de
los procesos de producción y consumo. Pero sólo algunos de
ellos -los que caigan dentro de la esfera del valor- pueden
ser computados, es decir permiten al cálculo económico
correspondiente. Hay procesos "cuantitativos" de deterioro
ambiental que expresan niveles de utilización de recursos
naturales, como la producción de materias primas. Por otro
lado, hay procesos "cualitativos" de deterioro ambiental que
engloban aspectos que no pueden ser expresados como una
cantidad diferencial. Además, no existe una línea de
diferenciación clara entre unos y otros.
Lo que se está
planteando es el problema de la naturaleza de lo que se está
midiendo. Algunas propuestas intentan expresar en términos
monetarios la totalidad del patrimonio natural; otras señalan
dificultades para realizar tales estimaciones. Afirman que las
mismas derivan de limitaciones conceptuales de la teoría
económica y plantean la necesidad de reformular su aparato
operatorio (incluida aquí las opiniones que niegan la
posibilidad de llevar a cabo cálculos en términos monetarios
referidos al patrimonio natural y sus flujos) y un tercer
grupo de estudios está centrado en la investigación de la
viabilidad de indicadores económicos de diverso tipo (Tsa
Koumagkos 199, P.1)
A pesar del
debate teórico y de las dificultades de aplicación, hay
consenso en que la política económica ambiental necesita
indicadores económicos especiales.
Existen
actualmente algunos conceptos que contribuyen a precisar la
valoración de los servicios ambientales y las funciones que de
ellos se desprenden. Así B. Desaigues (2000) enuncia que el
razonamiento de un economista, es que un río no tiene precio
pero tiene valor y éste se encuentra en la valoración que es
capaz de otorgarle el consumidor. Sin embargo, el trabajo del
economista ambiental consiste en reconstituir este valor a
partir del comportamiento de los individuos y deducir el valor
que cada uno atribuye al ambiente. Por ejemplo, bañarse en un
río, o ir a pescar insume gastos de tiempo y dinero, que son
un indicador del beneficio que el ambiente aporta. Otro
ejemplo, es el diferente valor que adquieren las propiedades
de acuerdo a su ubicación en función del ruido. A este tipo de
valoración se la denomina valor de uso.
Mientras que el
valor de existencia es aquél que tiene en cuenta a las
generaciones futuras, por ejemplo las consideraciones que
deben hacerse al evaluar casos de contaminación. Dentro de
estas valoraciones menciona además a la contingente, que
resulta de pagar más para recibir mejor calidad de vida. Un
ejemplo de esto son los productos libres de químicos. En
Europa este tipo de valoración influye sin duda en el
comportamiento de los agricultores, ya que son compensados
económicamente.
Además, se
debería tener en cuenta en la valoración de los servicios no
sólo el aporte en sí que estos hacen a la calidad de vida,
sino también cómo afecta su alteración, económicamente, a
distintas escalas de tiempo. La tala de un bosque no sólo
importa porque disminuye su productividad neta y diversidad
biológica (entre otras variables) sino porque además habrá un
costo adicional que se generará por el necesario calado de los
ríos en los cuales se vierten estos sedimentos y el efecto que
provocará este cambio en toda la cuenca de captación, con el
transcurrir de los años.
Quizás, la
tipología general del valor propuesta por Turner, et al.
(2003) sea la más aceptada por su claridad, en ella se
establecen dos grandes clasificaciones: valor antropocéntrico
y valor no antropocéntrico.
El primero es
definido como el equivalente al valor económico total = uso +
valor de no uso. La categoría de no-uso está respaldada por el
concepto de valor de existencia, el cual ha sido sujeto a
mucho debate por sí mismo. La existencia de valor puede
acompañar a diversas motivaciones:
- Altruismo
intrageneracional: la conservación del recurso asegura la
disponibilidad para otros.
- Altruismo intergeneracional: la conservación del recurso
asegura la disponibilidad para generaciones futuras
- Motivación gerencial: responsabilidades humanas para la
conservación del recurso sobre el bienestar de toda la
naturaleza, esta motivación puede estar basada sobre la
creencia que los recursos no-humanos tienen derechos o
intereses tanto como para no ser disturbados. Si el valor de
existencia incluye el gerencial, este podría superponerse
con la próxima categoría.
El valor
instrumental no antropocéntrico asume que las entidades tienen
bienes en sí mismos, independientes de los intereses humanos.
Esto también engloba los bienes de entidades colectivas, por
ejemplo: ecosistemas. Al igual que en el valor antropocéntrico
existe un valor intrínseco no antropocéntrico: éste está visto
como un sentido de valor objetivo. Es el valor que un objeto
posee independientemente de la valoración de los evaluadores
(un ecosistema).
Esta
mínima descripción acerca de diferentes connotaciones y
clasificaciones del concepto valor involucra aspectos que
exceden el económico y hasta el ambiental. Los objetivos
económicos y sociales a corto plazo, debieran contemplar
las metas ambientales a mediano y largo plazo, pues de lo
contrario se pone en riesgo la sustentabilidad de la sociedad
misma (Viglizzo, et al. 2002).
El
caso argentino
La
economía de Argentina se basa aún hoy en la producción de
materias primas. En el caso de la pampa húmeda los servicios
se traducen en su mayor parte en alimentos, ya sea como
granos, carne, leche y sus derivados. Esto implica el uso
de la tierra y la extracción de sus componentes en la misma
proporción en la que se produce.
En recientes
publicaciones periodísticas se afirma que en el año 2003 se ha
aumentado un 12% el número de toneladas que se comercializan a
través de las terminales portuarias del Gran Rosario, lo que
equivale a 41 millones de toneladas de granos, aceites y
subproductos (Rosario 12, 2004). Esta cifra, correspondiente
sólo a granos producidos, da una dimensión aproximada de la
cantidad de nutrientes que se extraen y exportan por año de
los ecosistemas pampeanos. Pero además para producir esta
síntesis, es fundamental el consumo de agua de esos sistemas.
El agua usada
en los procesos de producción de un producto agrícola o
industrial es llamada "agua virtual". Este concepto fue
introducido hace aproximadamente una década por Tony Allan, de
la Universidad de Londres (Hoekstra, 2002). Distintos ejemplos
dan idea del agua invertida en la producción de alimentos.
Así, en promedio, para producir 1 kg. de granos se necesita de
1-2 m3 de agua; producir 1 kg. de queso requiere 5
m3 de agua y para 1 kg. de carne se necesitan 16 m3
de agua.
Bajo esta
concepción hay países que soportan a otros en sus necesidades
de agua (Hoekstra, 2002) y éste es un bien que resulta cada
vez más caro dado su creciente escasez. Nuestro país está
considerado como uno de los que soporta a otros en este
aspecto.
Por lo visto la
venta de materia prima genera divisas, si se analiza desde el
punto de vista económico, pero esta génesis involucra además
al capital natural (por ejemplo: nutrientes y agua), cuya
valoración aún no está contemplada en la fijación de precios.
Los
indicadores, que permiten interpretar, describir y cuantificar
cambios en el ambiente dependen de la información y
conocimiento generado por técnicos y científicos, fundamental
y básico para la toma de decisiones, pero estos están
supeditados a políticas mayores, que a su vez los determinan.
La "utilización
irracional del medio ambiente" es usada como sinónimo de
"estilo de producción y consumo vigente", mientras que la
contradicción se verifica entre "rentabilidad del capital" y
"utilización racional del medio ambiente" (Tsa Koumagkos, P)
"El sistema de
cuentas públicas del país y de las provincias necesitan
incorporar el costo ambiental para estimar con precisión los
bienes y servicios producidos. Hasta hoy los bienes y
servicios ambientales (entre ellos, agua y aire puro,
prevención de la erosión de los suelos, funcionalidad de los
ciclos minerales, polinización, recreación, etc,) no son
imputados como beneficio o costo en la contabilidad pública" (Viglizzo,
et al. 2002).
En este
contexto, Argentina continúa siendo en el siglo XXI un país
exportador neto de materia prima, (o de bienes y servicios). A
pesar que existe una mayor conciencia y un marco legal
pertinente. La constitución reconoce en su artículo 41 el
derecho a gozar de un ambiente sano y equilibrado. Además
establece un ámbito de jurisdicción (la nación da las leyes y
las provincias las aplican).
De la lectura
de la ley Nacional General del Ambiente 25.675 se aprecia la
existencia de una normativa general orientada a la
conservación del capital natural para garantizar calidad de
vida a las actuales y futuras generaciones. Sin embargo,
algunos ejemplos bastan para poner en evidencia la ausencia de
controles que efectivicen el cumplimiento de la ley y la
existencia de una muy débil "conciencia ambiental social". Por
ejemplo, cuando no se protegen a las pequeñas explotaciones
agropecuarias, sino que se fomenta el desarrollo de las
megaempresas y la consecuente concentración en el uso de los
recursos naturales se están afectando aspectos sociales y
ambientales. Las pequeñas y medianas explotaciones familiares
a nivel región pueden generar más empleo y por lo tanto, más
inclusión social
El Pago de los
Servicios Ambientales (PSA) es un tema nuevo en muchos países
de América Latina. Una gran cantidad de agencias, gobiernos y
organizaciones de la sociedad civil, analizan esta opción como
una estrategia que articula los objetivos de eliminar la
pobreza rural y de conservar el medio ambiente. Sin embargo,
la instrumentación de esta alternativa no es sencilla, pues
los mercados de servicios ambientales sólo existen
incipientemente y falta aún mucho que explorar y aprender en
materia de instituciones, mecanismos, métodos e instrumentos.
La doctrina del
desarrollo sustentable se basa en que el crecimiento económico
y el desarrollo social deben ser realizados en armonía con la
conservación del ambiente y los recursos naturales. Pero los
objetivos económicos se contraponen con la conservación de los
recursos naturales, y no sólo en sus metas sino también en los
plazos de tiempo en que se analizan los logros.
"Así como a
principios del siglo XIX el mundo se debatía entre los ideales
y conquistas de las revoluciones estadounidense y francesa y
la restauración monárquica, el de nuestros días dirime la
contradicción entre abundancia de bienes y pobreza; entre
democracia, derechos humanos y globalización social por un
lado y autoritarismo o democracias de fachada y globalización
de mercado por otro." (Gabetta, 2004).
Las sociedades
más desarrolladas, entendiendo por tales a aquéllas que tienen
mayor nivel de educación de sus habitantes, son las que están
más preparadas para apreciar las bellezas naturales y los
beneficios que se desprenden de los ecosistemas, ya que su
formación está centrada en los valores de la naturaleza y en
los derechos de la generaciones venideras, además disponen del
tiempo libre y los recursos económicos que les permiten
aprovecharlos. Las sociedades pobres o en estado de
subsistencia, por el contrario tienen sus intereses centrados
en las preocupaciones inmediatas y tratarán de resolver sus
necesidades vitales, por lo tanto procurarán obtener el
máximos beneficio de los recursos a su alcance, ya que las
preocupaciones a largo plazo escapan a sus perspectivas en la
vida (Camadro y Cahuepé, 2003). A modo de ejemplo, es claro
apreciar que las sociedades latinoamericanas siguen bregando
por su independencia política real; por su derecho a preservar
los recursos naturales y desarrollar sus economías; por la
igualdad social. Este atraso histórico se expresa en
burguesías endeudadas al extranjero; masas desposeídas y
analfabetas; carencia o ausencia de cuadros científicos y
técnicos y de funcionarios eficaces; escasa cohesión social y
cultura cívica; instituciones frágiles "... (Gabetta, 2004).
Existen
herramientas y mayor conciencia.... ¿se podrán articular los
ejes básicos que sostienen a una producción sustentable:
equidad social, progreso económico y preservación del
ambiente, en pos de revertir este drenaje permanente del
capital natural? ¿Es posible aún?
El interrogante
combina plenamente el orden de lo económico y lo ambiental con
lo político. El retiro del Estado y la ausencia de políticas
activas en la última década sería un obstáculo para el diseño
de nuevas políticas en el orden ambiental.
Las políticas
implementadas en los años 90 en Argentina llevaron a la
existencia de un Estado cada vez menos capaz de controlar
ambientes económicos y no económicos, generando una forma de
democracia donde las relaciones de mercado toman prioridad
sobre todas las otras esferas de la actividad humana. El
Estado nacional aparece limitado para ejecutar las
instrucciones que recibe de parte de los ciudadanos, se asiste
a una crisis de representación y a una ausencia de políticas
activas.
El poder de las
instituciones designadas para crear y desarrollar políticas
está resquebrajado. La actual forma democrática aparece como
un espacio poco propicio para la participación real de la
diversidad de actores interesados en el logro de una economía
sustentable. Desde esta perspectiva, el panorama no resulta
alentador.
Argentina re-primarizó
su economía, su dinamismo económico depende principalmente de
las exportaciones de bienes de uso intensivo de recursos
naturales (materias primas, manufacturas de origen
agropecuario y combustibles). El diseño de políticas que
valoricen este rol en el corto y mediano plazo será de vital
importancia. La acción de dar valor deberá superar la
dimensión económica tradicional, será fundamental incorporar
lo ético, lo cultural, lo educacional en el análisis de los
bienes y servicios que el ecosistema brinda, porque de ello no
depende sólo la economía de una sociedad sino su capacidad de
supervivencia.
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