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Dr. Sergio Montico - Cátedra Manejo
de Tierras
Las
llanuras son un escenario de suma fragilidad ante eventos
hidrológicos extremos, de déficit o excedentes
hídricos. En este último caso, la incapacidad
del relieve de evacuar volúmenes importantes de agua,
junto a otros factores, conduce a la ocurrencia de vastos
y persistentes anegamientos. Los sistemas hidrológicos
son especialmente sensibles a los cambios artificiales,
el efecto que provoca una obra de arte como rutas, vías
de ferrocarril o hasta los surcos de arado, son de gran
magnitud e impactan trascendentemente en las cuencas. Como
consecuencia de la baja pendiente de las áreas llanas
(del orden de 50 cm.km-1, o menos) un desnivel de un metro
significa una barrera infranqueable desde el punto de vista
hidrológico, que altera el escurrimiento natural
de las aguas, acumulándolas.
En Argentina, el sector más representativo de estas
características es la llanura pampeana. Desde inicios
de 1970, han entrado en crisis sistemas exorreicos (cuenca
del Río Salado), endorreicos (cuenca de las lagunas
encadenas del oeste) y arreicos (región del noroeste
bonaerense, nordeste pampeano y sur santafesino), concurrente
con un cambio del régimen semiárido en algunas
de ellas, a subhúmedo-húmedo.
Los cambios en el uso del territorio han contribuido a la
manifestación de los procesos de anegamiento. Como
ejemplo regional, es posible destacar el caso de la cuenca
del arroyo Ludueña (Santa Fe), las tecnologías
de uso del suelo implementadas, la intensa agriculturización,
la creciente parcelación y el consiguiente aumento
de la densidad de caminos secundarios y rurales, aceleraron
el escurrimiento superficial provocando rápidos picos
de caudales. Entre 1969 y 1990, se registraron disminuciones
del tiempo de concentración (rapidez con que llegan
los aportes de agua ubicados en las partes más alejadas
de la cuenca) cercanos al 15 %.
Las inundaciones generan alteraciones ambientales de difícil
reversión, localidades anegadas con alta tasa de
evacuados y grandes extensiones rurales inutilizadas, producen
entre otros, daños en la infraestructura, interrupción
de las vías de comunicación, canalizaciones
anárquicas y graves problemas sanitarios.
Los trasvases de agua desde zonas con actividades agrícolas,
a humedales o a ríos y arroyos, pueden producir problemas
de contaminación por fertilizantes u otros agroquímicos,
pueden afectar la estructura y funcionamiento de los sistemas
naturales superando los límites de asimilación
de nutrientes y contaminantes, y producir la eutrofización
de los cuerpos de agua. En áreas con tendencia a
la salìnización, tanto los trasvasamiento
de aguas con elevada salinidad como la disminución
en la recurrencia de las inundaciones por obras hidraúlicas,
pueden producir rápidos procesos de salinización
secundaria y disturbar ambientes naturales.
Cuando
las ocupaciones poblacionales se asientan sobre las llanuras
aluviales de los ríos y arroyos, las planicies marginales
de lagos y lagunas y los bajos, son espacios de riesgo hídrico.
La colmatación de sectores bajos con capacidad de
almacenaje disminuida, es corresponsable de anegamientos
en áreas naturalmente arreicas.
En
el sur de la provincia de Santa Fe, quizás el caso
más paradigmático sea el de La Picasa, donde
la conjunción de rasgos y fenómenos naturales
(geomorfológicos y climáticos respectivamente),
más las antrópicos (canalizaciones clandestinas
y degradación de los suelos) resultan en una problemática
regional de un severo impacto ambiental. El aumento de la
superficie anegada desde 6.000 ha a casi 40.000 ha en menos
de cinco años, ha transformado la región en
un territorio altamente inestable y de impredecible futuro.
Aun
cuando Florentino Ameghino lo advirtiera claramente en 1884,
muchas obras de infraestructura fueron construidas y se
siguen construyendo, sin tener en cuenta el riesgo en su
diseño, típico caso de las rutas y de los
caminos vecinales, redes pluviales o cloacales y hasta obras
protectoras de contención.
Una
inundación es un desastre detonado por un evento
normal o extraordinario que afecta a la sociedad. Es un
fenómeno social inducido por un evento físico
que posiciona a la sociedad en un sitio altamente vulnerable,
el que a su vez aumenta la incapacidad de la población
para absorber los efectos de la inundación.
En
el sector rural los perjuicios son múltiples. En
la actividad ganadera, disminución del porcentaje
de preñez, menor producción de terneros y
de carne, menor ganancia de peso, aumento de enfermedades
parasitarias e infecciosas, menor superficie implantada
con verdeos y pasturas, y mayor descapitalización
en vientres.
En
la actividad agrícola: menor superfìcie agrícola
y producción, mayores gastos productivos y de comercialización,
menor calidad del producto cosechado, y en los suelos, degradación
química, física y biológica, aumento
de la salinización y de los riesgos de sodificación.
Entre
otros aspectos igualmente serios, degradación de
instalaciones y mejoras, pérdida de vida útil
de maquinaria e implementos, incremento de costos de mantenimiento
y reparación de maquinarias e instalaciones, aumento
de los costos de transporte de granos y carne, degradación
de la red eléctrica rural, aumento de la desocupación
rural y urbana, e incremento del éxodo rural.
Desde
hace años, en los países desarrollados, se
aborda la planificación del desarrollo en regiones
amenazadas potencialmente por inundaciones a través
de cartas de riesgos hidricos. Este recurso herramental,
además de servir de base para legislar sobre la ocupación
del espacio físico, es sumamente importante para
generar sistemas de alerta urbano o rural, orientar la valuación
fiscal, prevenir a la defensa civil, dimensionar el riesgo
asegurable, valuar las emergencias agropecuarias, proteger
al Estado ante reclamos especulativos, ordenar las acciones
ante emergencias, planificar las obras civiles y fundamentalmente,
aportar al ordenamiento territorial.
Desde
la planificación y gestión de los recursos
hídricos la conceptualización del riesgo,
en términos de la teoría social del mismo,
permite incorporar cuatro dimensiones: peligrosidad, vulnerabilidad,
exposición e incertidumbre.
Generalmente,
el problema de las inundaciones se ha considerado de manera
fragmentaria, dando un tratamiento desigual a cada una de
estas dimensiones, componentes del riesgo. La incorporación
a la evaluación de las inundaciones, de abordajes
integrados, y el apoyo de herramientas pronóstico
y de alarma como la modelación, permite cuantificar
los cambios inducidos por acciones del hombre, sus efectos
y la posible modificación de la calidad ambiental.
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