El lupino pertenece a un género ampliamente
distribuido a nivel mundial. Existen diversas especies que
son cultivadas, mayoritariamente, para el consumo animal
o humano. La mayoría de estas especies cultivadas tienen
su centro de origen en la región mediterránea: el lupino
blanco (Lupinus albus), el lupino amarillo (Lupinus
luteus) y el lupino azul (Lupinus angustifolius).
El tarwi (Lupinus mutabilis) representa la excepción:
es originario de la región Andina de Perú y Bolivia, constituyendo
una de las bases para la alimentación de las civilizaciones
precolombinas.
Aunque el lupino es bien conocido desde hace muchos años,
su difusión como cultivo se ha visto restringida por la
presencia en sus semillas de factores antinutricionales
(alcaloides) los cuales le confieren un característico sabor
amargo. Estos alcaloides son hidrosolubles -es decir que
son eliminados en agua- y tienen a su vez diversas aplicaciones
medicinales. Durante el desarrollo del cultivo los alcaloides
se encuentran presentes en las partes vegetativas de la
planta, actuando a manera de defensa natural contra el ataque
de insectos y micro-organismos. Existen por otra parte variedades
de lupino mejoradas (dulces), las cuales poseen una baja
presencia de alcaloides.
En líneas generales podemos decir que el 36% de la semilla
de lupino blanco son proteínas (porcentaje similar al de
la soja) y el 9-16% es aceite de calidad nutritiva similar
a soja y maní.
En nuestro país el cultivo es todavía incipiente y restringido
al lupino blanco. Es una especie de ciclo inverno-primaveral,
que tiene una raíz pivotante con la capacidad de liberar
el fósforo bloqueado en el suelo y hacerlo aprovechable.
Asimismo, al ser una leguminosa posee la característica
de fijar nitrógeno atmosférico, en simbiosis con bacterias
del género Bradyrhizobium. Todas estas características
potencian su incorporación en las rotaciones agrícolas de
la zona, ya sea como abono verde, como alimento animal o
humano.
Desde el año 1994, en la Facultad de Ciencias Agrarias de
la Universidad Nacional de Rosario, se vienen llevando a
cabo una serie de experiencias destinadas a caracterizar
al lupino desde un punto de vista agroecológico. Los ensayos
evaluaron básicamente una población de lupino amargo mejorada
en la Estación Experimental Pergamino del INTA. Esta población
-al igual que la mayoría de las variedades de lupino- se
caracteriza por su hábito de crecimiento indeterminado:
en una primera etapa florece el tallo principal dando lugar
a una inflorescencia terminal. Con posterioridad, a partir
de los nudos del tallo principal se originan ramificaciones
primarias, cada una de las cuales remata en una inflorescencia.
A su vez, de cada una de las ramificaciones primarias se
originarán distintas ramificaciones secundarias que florecen
en su ápice y así sucesivamente. Esta característica de
simultaneidad entre el período vegetativo y el reproductivo
está fuertemente controlada por variables genéticas, ambientales
(temperatura y humedad) y de manejo (densidad de siembra).
La temperatura base para la germinación y emergencia del
lupino es de 3 grados centígrados y la óptima se encuentra
cercana a los 20 ºC. La humedad juega también un papel importante:
si el contenido de agua útil del suelo es del 50%, la suma
de temperatura necesaria para cumplimentar la emergencia
es el doble en relación a situaciones donde la humedad no
es limitante. Con un 20% de agua útil en el suelo no se
registra emergencia del lupino.
El período que abarca desde la emergencia hasta la floración
del tallo principal está en gran medida determinado por
la acumulación de una determinada suma térmica. Datos bibliográficos
dan cuenta, además, de requerimientos fotoperiódicos y de
vernalización para florecer, aunque los mismos no fueron
evidentes en la población estudiada.
El período de floración está asociado a la temperatura:
cuando la temperatura media se encuentra entre los 16 y
18 grados centígrados, se obtiene la duración máxima de
este período. En este caso la humedad también tiene una
influencia marcada, notándose una disminución drástica en
la duración de la floración en condiciones de severo stress
hídrico.
El período que va desde llenado de grano hasta la madurez
está básicamente controlado por la acumulación de temperatura
por encima de una temperatura base de aproximadamente 18
grados centígrados.
Máximos rendimientos
Los mismos parecen estar asociados a la duración del período
de floración. De allí que la fecha óptima de siembra debería
ajustarse de manera que la floración coincida con las temperaturas
medias antes señaladas. Para las condiciones del área de
influencia de Rosario, las temperaturas óptimas para la
floración ocurren desde mediados de setiembre hasta fines
de octubre. El inconveniente radica en que durante esta
etapa las precipitaciones son erráticas, de allí que todos
aquellos factores que incidan en la economía del agua resulten
críticos para asegurar un rendimiento aceptable del cultivo.
Algunas variables de manejo resultan esenciales para lograr
buenos rendimientos. En este sentido, nuestro grupo de trabajo
llevó a cabo experiencias con el objeto de evaluar la densidad
de siembra y el arreglo espacial óptimos. En cuanto a la
densidad de siembra, se notó un incremento lineal del rendimiento
cuando se evaluaron densidades de 20, 35 y 50 plantas/m2.
Por otra parte, en general, se registraron los mayores rendimientos
cuando los surcos se distanciaron a 35 cm. en comparación
a separaciones de 70 cm.. En promedio - considerando una
separación entre surcos de 35 cm. y una densidad de 50 plantas/m2-
el rendimiento del lupino estuvo próximo a los 2000 kg/ha,
con una desviación próxima a los ± 400 kilos/ha.. Como ya
mencionamos, una de las causales de la variabilidad de los
rindes está asociada con el grado de stress hídrico registrado
durante la estación de crecimiento.
En la actualidad distintos grupos a nivel nacional están
desarrollando experiencias destinadas a evaluar el potencial
agrícola e industrial del lupino en Argentina. Los resultados
obtenidos hasta el presente auguran que el lupino es una
alternativa válida, tendiente a la diversificación y sustentabilidad
de nuestra producción agrícola.
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